UN DÍA EN MONTEVIDEO

Montevideo es como un vivo retrato del fútbol uruguayo.
Al caminar sin rumbo determinado por las calles de la ciudad vieja y del centro se siente todo el tiempo el peso de un pasado de grandeza. Nasazzi, Schiaffino, Obdulio Varela, Redro Virgilio Rocha, Rubén Paz, Francescoli, Bengoechea...
Pero también se detecta cómo hacia los años 50 y 60 derribaron centenares de viejas casonas que le dieron paso a una arquitectura envilecida. Matosas, Maneiro, Montero Castillo, Nélson Gutiérrez, Pablo García... Como si fuera necesario abandonar, dejar caer y olvidar aquel hermoso pasado para reemplazarlo por algo más práctico y luego descubrir que lo práctico envejece feo y, en últimas, para poco o nada que termina sirviendo.
Es cierto, de tarde en tarde aparece algún buen ejemplo de arquitectura moderna. Forlán, Recoba... aunque lo habitual son edificios modernos sin alma, falsas pretenciones de modernidan que han destrozado gran parte de la esencia del pulcro trazado urbano de la ciudad. Como le ha ocurrido al fútbol uruguayo desde que fueron cuartos en el Mundial de 1954.
Pero al irse de Montevideo queda una imagen similar a la que deja el fútbol uruguayo. Algo que supo ser y a ratos sabe ser lindo, con mucha fuerza y garra, pero que a la vez resulta melancólico, descuidado, sucio y desprolijo.
De todas maneras dan ganas de volver a Montevideo, como siempre dan ganas de ver jugar a Uruguay porque a veces el milagro ocurre.
Montevideo es una ciudad que atrapa. Como el viejo y querido fútbol uruguayo.