Thursday, May 25, 2006

DERROTA DEL BASILISCO

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El proceso que culmina en Colombia el próximo domingo es mucho más que un proceso político. Es un proceso ético.

Texto escrito por Fernando Garavito
Mayo 24, 2006

Hasta el año 2002 nuestro sistema de gobierno estuvo lleno de perversiones y de equívocos, pero de alguna manera mantuvo un respeto mínimo por un comportamiento colectivo que buscó marginar al delito como un mecanismo para la acción del Estado. Sobra decir que no siempre se logró ese objetivo. El exterminio de la Unión Patriótica es un crimen que no puede prescribir y que no se ha investigado. El Estatuto de Seguridad es el cáncer que inició la destrucción de las Fuerzas Armadas. La conformación de grupos paramilitares se remonta a 1950, y debe entenderse como un delito que busca la consolidación del régimen de propiedad vigente en el país desde la conquista española. Pero nunca antes el delito se había convertido en una herramienta sistemática y totalizadora de cualquier gobierno. El que ahora busca reelegirse ha agudizado nuestras confrontaciones hasta el punto de legitimizar a una organización criminal para que sea ella la que ordene a su acomodo los asuntos colectivos. En cualquier estado de derecho eso sería inadmisible. Pero como nosotros no somos un estado de derecho, asistimos a esa situación como podríamos asistir a una anécdota cualquiera.
El propósito de las elecciones del próximo domingo es demostrarle al mundo, pero ante todo demostrarnos a nosotros mismos, que en Colombia puede resucitar todavía el comportamiento ético que el gobierno arrastró por el suelo en los últimos cuatro años. El país necesita enfrentar ese desafío y darle de alguna manera una respuesta positiva.
Ahora bien, un individuo secundario como Álvaro Uribe no es ni puede ser la cabeza de la hidra: él es, quizá, su aliento venenoso. La cabeza de la hidra es el sistema, y es el sistema el que debe ser modificado a fondo. Para avanzar hacia ese objetivo, Colombia necesita darse a sí misma –y ojalá ahora mismo–, la opción democrática que jamás ha tenido.
Desde ese punto de vista en este proceso electoral se decide algo mucho más de fondo que en cualquiera de los que hemos protagonizado en los últimos años. No se nos puede ocultar que jugamos en terreno enemigo. La democracia que preside Uribe es una democracia de cartón, un retablo en el que maese Pedro interpreta la ficción de que aquí se respetan los derechos fundamentales. Pero no. Aquí no se respeta nada. En Colombia los derechos fundamentales son un hazmerreír, son una pantomima. El que a comienzos del tercer milenio estemos peleando todavía por el derecho a la vida indica hasta qué punto nuestra organización no ha dejado de ser primitiva.
En esta última circunstancia juegan múltiples factores: la manipulación de las encuestas es uno de los más perversos. El simple fraude electoral, que se denunció con pruebas sin que llegara siquiera a investigarse, es otro, casi secundario. Otro, la desinformación. Otro más, el miedo. Y todo eso contribuye a mantener la ignominia en que hemos vivido a lo largo de décadas.
Sin embargo, en cualquier pantomima hay siempre algo positivo. Por ejemplo, el hecho de que se represente. En esta representación de una democracia que no es democracia, lo positivo es la presencia de un candidato que está llamado a convertirse en una ruptura con lo establecido. Ese candidato es Carlos Gaviria.
No quiero abundar en consideraciones acerca de lo que él constituye frente a la cerrada doctrina que nos agobia, pero sí desearía señalar, así fuera de paso, que el espíritu libertario que lo distingue es la mejor garantía de que el país puede optar por un esguince que lo lleve hacia una salida. Votaré por Carlos Gaviria en las elecciones del domingo con la seguridad de que su gobierno no defraudará las esperanzas, evidentes o secretas, de millones de colombianos.
El futuro es incierto. Por ahora, frente a la manipulación y al desconcierto que conlleva, vamos a conquistar una segunda vuelta. Si en ella el candidato que deba enfrentar al basilisco es Gaviria, refrendaré con mi voto la decisión que ahora tomo. Pero si es Horacio Serpa, hombre íntegro y político respetable como el que más, me propongo estar con él con igual entusiasmo.
Lo cierto es que necesitamos salir de esta caverna sórdida a la que la delincuencia organizada nos han llevado de cabestro, y que dentro de ese propósito cualquier duda sería una enorme equivocación. Este es un llamado, mínimo y anodino, para que el domingo trabajemos, todos, por un país en el que nos sea posible vivir.

1 Comments:

Blogger [adri] said...

Ni lo uno, ni lo otro. Digo NO al paramilitarismo como también digo NO a otros grupos armados, no votaré para darle poder a grupos armados representados por Uribe o Gaviría. Ojo! la izquierda no es la solución, Gaviría lastimosamente no es el candidato que la gente cree.

Prefiero hacer verdadera democracia a través del voto en blanco demostrando mi inconformismo por los candidatos.

Aunque realmente votaré por el menos peor, él de las ideas...

10:20 AM  

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