TRAQUETOTITLÁN (11)
La señora Blanca Nieves me pide el favor de que vaya a la Ciudad Prohibida. Necesita comprar una tela inglesa o algo así pero no quiere ir por allá. La gente de la Ciudad Prohibida, aunque vive de los negocios de personas como mi patrón, don Salvador Gacha, cuando ven por allá a las mujeres y las hijas de nuestros jefes les dan la espalda, no les contestan el saludo, se ríen de ellas por la espalda. Si no fuera por nuestros jefes los habitantes de la Ciudad Prohibida se habrían muerto de hambre hace por lo menos medio siglo. Al fin y al cabo los dueños del país son nuestros jefes y lo único que conservan los habitantes de la Ciudad Prohibida son esos edificios medio en ruinas, esos vestidos ajados, esas corbatas Hermes descoloridas a las que ya no se les puede leer nada en la marquilla, esos estilógrafos Mont Blanc que se cuelgan de los bolsillos pero que jamás volvieron a escribir porque a los abuelos de nuestros jefes no se les dio la gana importarles más tinta, la precaria pista del aeropuerto que les construyeron los gringos sobre la antigua calle 94. Aterrizar allí es una verdadera odisea. Sólo lo logran unos mini jets ejecutivos, los Gulfstream VIII. Y para despegar usan una catapulta de un viejo portaaviones que les donaron los gringos. Y sólo lo pueden hacer cuando el viento sopla desde el occidente. Si despegan hacia el oriente se estampillan contra el cerro de La Moya. La comida se las mandamos nosotros. La carne. A veces consiguen comida del exterior, pero cada vez les queda más difícil.
En la Ciudad Prohibida viven los hijos, nietos y biznietos de quienes aceptaron casar a sus elegantes hijas e hijos con los hijos y las hijas de los bisabuelos de nuestros patrones. Los que aceptaron venderles las tierras a los precios que decidían los bisabuelos de nuestros patrones. Aunque les duele reconocerlo, todos ellos son parientes lejanos y no tan lejanos de nuestros jefes y de las mujeres de nuestros jefes. Por eso toca ayudarlos. Por eso los abuelos de nuestros jefes les construyeron un muro de concreto. Para que pudieran sobrevivir de sus recuerdos. Para que el resto de la ciudad no se los tragara vivos. Pobres. Se creen tan dignos cuando no le devuelven el saludo y le dan la espalda a doña Blanca Nieves...
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