¡QUÉ SIRIRÍ!

No hay nada más insoportable que oír a la fuerza villancicos cantados por coros de niñitos a los que los entrenan para gritar y desafinar, como si el objetivo final de su empeño fuera que uno odie la Navidad a muerte, por siempre, sin remedio. Habiendo música sacra tan maravillosa de Bach, de Handel, aquellos villancicos escritos en Colombia en tiempos de la Colonia, ¿por qué le clavan a uno las gringadas esas del reno de la nariz roja, que Santa llegó al pueblo, blancas navidades? Y de los nuestros, por favor... El burrito sabanero y El tamborilero son una verdadera pesadilla. Esa vocesita impostada del niñito solista, esos arreglos. Pero el peor de todos es uno que dice que unos peces beben en el río por ver al Dios nacido y que beben y beben y vuelven a beber. ¿Peces que beben qué? Parece una invitación subliminal a los menores de edad para que consuman alcohol. Además, en Belén, donde quedaba el pesebre, no pasa ningún río.
Pero insisten los tales peces que beben el el río... Qué sirirí tan insoportable.