TRAQUETOTITLÁN (7)
Hasta los jardines de la Embajada de Bélgica llega el olor de las densas humaredas que suben de unas tres o cuatro cuadras más abajo, donde tienen sus cuarteles generales los dueños del monopolio del bazuco. Carranza lo oye sin demasiado interés el cuento a uno de los guardaespaldas del embajador. "Dicen que allá hubo una plaza de toros, de ladrillo rojo, como las ruinas de las Torres del Parque. Parece que los expendedores de bazuco comenzaron a limar los ladrillos de la plaza porque dicen los que saben de eso que el ladrillo se utiliza para rendir la mezcla del bazuco. Cuando estaba a punto de desplomarse una de las paredes los seguidores de la Fiesta Brava hicieron una marcha para protestar pero los bazuqueros les dieron una paliza memorable a esos rolos que se creían chapetones y nunca volvieron a aparecerse por allá. Luego declararon que era un objetivo militar en la lucha contra la droga y la aviación decidió bombardear la plaza, se bajaron de paso media torre sur de las Torres del Parque, ya en manos también de los bazuqueros, pero ni así los sacaron del sector. Es más, los aviadores les hicieron el favor de molerles buena parte del ladrillo y eso acabó de dispararles el negocio, compraron armas pesadas, se bajaron un par de helicópteros de los gringos y nunca pudieron sacarlos de ahí. Luego, con la llegada de los Señores de Córdoba al poder no sólo los dejaron tranquilos sino que lograron que la UNESCO declarara las ruinas de las Torres del Parque patrimonio de la humanidad y ahora ganan por partida doble. Venden bazuco y les hacen de guías a los turistas que se atreven a meterse por esos lados, muchos de los cuales van más atraídos por el bazuco que por la ruina arquitectónica en sí".
"Eso sí, los Señores de Córdoba los dejaron tranquilos siempre y cuando no se metieran en sus grandes negocios. Y ahí siguen los bazuqueros en sus cambuches unos, hacinados otros en los apartamentos en ruinas de la Torre Norte, la única medio habitable. A esta hora de la tarde prenden esas hogueras para calentarse y también para patrasiar la pasta de coca que consiguen en las pajareras de San Victorino".
- Este barrio... Bosque Ardenas... es un oasis en medio del caos del antiguo centro de la ciudad, comenta Carranza como por decir algo. En realidad le aburre ese ambiente de falsa sofisticación, de falso silencio, de falsa paz en medio de tanta pobreza y violencia. La ciudad de verdad está allá afuera.
"Cuando la cosa se complicó hace ya tantos años, le recuerda el guardaespaldas a Carranza, casi todas las familias belgas de Bogotá llegaron a refugiarse a la Embajada. Los Van Meerbecke, los Vanisenoven, los Dekker, los Van Cutzen, los Charlier, los Puesch, los Versywel, incluso trató de colarse un tal Mario Vanemerack y un tal José Daniel van Tuyne, un par de vejetes que no eran belgas sino argentinos, ex jugadores de Millos en tiempos del abuelo o del bisabuelo ese tan mentado de su patrón. De Don José Gonzalo... Por ahí de pura lástima los tenían cuidando una portería, la del costado norte creo que era, hasta que se murieron de viejos, pero eso fue hace marras. No sé como lo lograron estos belgas pero en pocas semanas se hicieron a todas estas casas de los alrededores, le cambiaron el nombre al barrio, construyeron un muro parecido al de Ciudad Prohibida, improvisaron un helipuerto en el antiguo parque y ahora se la pasan yendo y viniendo por aire desde Ciudad Prohibida".
Carranza se despide del guardaespaldas del embajador y sale del lánguido jardín. Es hora de recoger a don Salvador. Ya es de noche y en media hora cierran la Casa de Risaralda.
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