H.J.C.K.

Solía suceder los viernes por la tarde, a finales de 1978. Octubre, noviembre... llovía bastante en Bogotá, como ahora. Se acababan las clases como al medio día y hacia las dos me iba al Instituto de Genética de la Universidad de los Andes, una vieja casona republicana desvencijada, típica del barrio Germania. Mi oficio era muy simple: contar moscas de la especie Drosophila melanogaster, separar las mutantes de las normales, en fin, los experimentos de genética de poblaciones del doctor H.F. Hoenigsberg. Recuerdos de un pasado remoto de mi vida que apenas sobreviven en mi memoria. Pero de todo aquello siempre he tenido muy presente las tardes de lluvia, el olor del éter con el que se dormían las moscas mezclado con el de una especie de gelatina a base de plátano que se ponía en el fondo de los frascos y un transistor de pilas enano donde yo sintonizaba la H.J.C.K. cuando era en AM.
Ahora que llueve tanto y la H.J.C.K. se pasa al internet regresan otra vez a mi mente la calle empedrada que baja de la Media Torta, el ruido del agua sobre las tejas de barro y las piedras, el concierto de la tarde. Sonatas para piano, para piano y violonchelo, para violín y piano, impromptus, fantasías, romanticismo tardío francés, a veces cosas del siglo XX, supongo que también pasaban sinfonías pero no sé por qué sólo recuerdo piano, piano y violonchelo, violín y piano.
Esa era mi banda sonora los viernes de lluvia de 1978. Fauré, Roussel, Ravel, cascadas de piano, violín y chelo a través del AM de la H.J.C.K. en perfecta armonía con el sonido de la lluvia y la paz extrema de aquella casa republicana del barrio Germania.