Y esto contestó Juan Pablo Parra, otro compañero.
Yo también fui vecino del barrio. Vivía en la cra 19 y algo, A o B o C, con 39. Un barrio de postes de madera con luz mortecina, casas de ladrillo, algunas inglesas, otras francesas y uno que otro edificio de cuatro pisos, los menos, diseñados por un atrevido arquitecto. La vida en el barrio se desarrollaba para mí, como hijo mayor y único por un tiempo, alrededor de las diligencias de la mamá. La ida a la modista, a la remalladora de medias, a la placita. También se daba la ocasión de participar en las vueltas de mi papá, al almacén Vasco a arreglar el radio, a la sastrería, a la remontadora de llantas o al taller. Recuerdo la belleza de los trazos de la tiza del sastre sobre el paño o las lentes intercambiables de un alemán que conversaba con mi papá mientras lo formulaba. En la bomba del Parkway había alambres que corrían, de lado a lado, sobre las islas de servicio ( creo que no eran sino dos ). En tal estructura giraban con la velocidad de la brisa bogotana un centenar de ringletes de plásticos que, al igual que los citófonos del Crem Helado, eran para mí como un viaje en una nave de Buck Rogers. En las mañanas se sentía el frío en las rodillas. Por algún capricho de mi mamá conocí los pantalones largos a los diez años. En el paradero, mientras llegaba el bus 5, las “muchachas” salían en sus delantales blancos a cambiar las botellas vacías de leche por otras llenas en los camiones de Algarra, que mugía como una vaca gracias a un mecanismo que no supe nunca cómo ni dónde funcionaba. Era un barrio de copetones, lombrices secas en los jardines, flores blancas. Eran tardes de modorra entre los silbidos del afilador que se oían desde lejos. Fueron solo 6 años los que pasé allí. Luego fui al Lago donde la ciudad habría de comenzar otra historia.
Nawal también es un grupo amigo de Hora Local.
